Actualizado: 21/08/2022
La contaminación hídrica es una realidad con la que si bien convivimos (y somos parte activa de su generación), no siempre le damos la importancia que realmente se merece.
Tenemos la sensación de que el agua es un recurso casi infinito y no prestamos mucha atención a lo que sucede con ella después de utilizarla.
¿Agua dulce para siempre?
Desde que la Tierra se conformó como planeta, la cantidad de agua no ha variado y es de unos 1.386 millones de kilómetros cúbicos.
Ocupa el 70% de la superficie y en su mayor parte es salada, ya que el porcentaje de toda esa masa liquida que es dulce es realmente mínimo, apenas un 2,5% del total.
Pero en realidad la cantidad de agua dulce que está a disposición del ser humano y de los animales y plantas, para que estos hagan uso de la misma, es mucho menor aún, ya que la mayor parte del agua dulce está congelada (glaciares, permafrost, etc.) o es subterránea (acuíferos).
Del total del agua solo el 1% es accesible, lo que explica por qué es vital cuidarla y mantenerla lo más limpia posible.
Contaminadores eficaces.
La naturaleza es incapaz de crear desechos, dado que nada se destruye ni se crea, sino que todo sufre un proceso de transformación y es útil de una u otra forma.
Pero los seres humanos somos los más eficaces contaminadores, ya que no sólo generamos grandes cantidades de desechos, sino que además, hasta ahora somos incapaces de deshacernos del total de los mismos de manera correcta.
Y no es que no existan métodos para hacerlo, sino que principalmente por desidia, codicia o negligencia la gran mayoría de los residuos que se producen acabaron siendo fuente de contaminación de agua, aire y suelo.
Algunas fuentes de contaminación son domésticas al usar nosotros lejías, jabones o aceites en casa que se van por el desagüe.
Otras son residuos industriales que salen de las fábricas, la industria o las actividades ganaderas, como por ejemplo desinfectantes, salmueras, metales pesados, purines…
Otras vienen por accidentes y derrames.
Resulta imprescindible que cada uno de nosotros sea consciente de la cantidad de agua que se contamina.
Además de la que usamos personal y diariamente, se necesita para producir los objetos y alimentos que consumimos. Todo el nivel de confort del que disfrutamos y hasta el ocio y el esparcimiento requiere de agua.
Por ejemplo, para producir los alimentos se requieren grandes cantidades de agua, como por ejemplo 15000 litros de agua para un kilo de ternera, 8500 litros de agua para 1 kilo de cordero o algo más de 4000 litros para conseguir un kilo de pollo.
En resumen: en todas partes se consume (y ensucia) agua.
¿Es posible revertir esta situación?
Sin dudas es factible, pero ello requiere un esfuerzo conjunto que involucre a gobiernos, empresas y ciudadanos.
Por un lado, se necesitan normativas más estrictas que impidan que continúen los volcados directos de aguas residuales y productos contaminantes, que se refuercen los controles y que se impongan multas de consideración a quienes no cumplan con las leyes vigentes.
Las empresas tienen que adecuar sus sistemas de depuración y potenciar el empleo del agua, reciclándola al máximo, con el fin de reutilizarla todas las veces que se pueda.
Para ello es vital contar con infraestructuras adecuadas in situ, para que el traslado de las aguas que se deben reciclar no resulte un costo adicional, que muchas veces es inasumible para las empresas.
Si esto no es posible, hay empresas de residuos capaces de ofrecer soluciones a esta problemática.
La instalación de plantas de tratamiento y depuración de aguas es una inversión a futuro, en agua limpia y potable para todos.
Las aguas recicladas y recuperadas pueden ser empleadas de varias formas, ya sea por las mismas empresas que las utilizaron y depuraron, como por otros sectores como el agrícola, el ganadero, para uso sanitario, etc.
Dicho proceso de tratamiento redunda en beneficio de muchas otras personas, industrias, etc. En cuanto a los ciudadanos, los hábitos respecto al agua deben cambiar radicalmente.
Es necesario que se tome conciencia que el agua es un bien muy preciado y que debe ser cuidado al máximo, porque el 1% con el que contamos decididamente es muy poco y una parte de ese porcentaje ya está contaminado casi irremediablemente.
Beneficios medioambientales.
Cada gota de agua no desperdiciada implica un menor gasto público o privado a la hora de recuperarla, pero también ahorra otros recursos como la energía.
Dado que en la actualidad la mayor parte de la energía se produce a partir de combustibles fósiles, si consumimos menos, disminuye la cantidad de gases de efecto invernadero emitidos a la atmósfera y por tanto, se contribuye a paliar y a evitar agravar el cambio climático.
Por otro lado, ya hay “zonas muertas” en muchos sitios de la Tierra, debido a que la contaminación del agua ha acabado con la vida en el entorno afectado y sus alrededores.
Una situación que rompe el frágil e imprescindible equilibrio de los ecosistemas y puede ser fatal para muchas especies endémicas.
Recuperar el agua puede dar nueva vida a estos parajes.
No hay sostenibilidad sin agua pura.
La sostenibilidad implica realizar una acción durante un tiempo indeterminado, sin que esta tenga consecuencias en el medio ambiente.
Así que, por definición es imposible pensar en acciones sostenibles de los seres humanos, sin que ello implique cuidar y conservar el agua potable, puesto que somos agua en un 70% y dependemos de ella para vivir.
Pero dados los niveles de contaminación hídrica, ser sostenibles en la actualidad es mucho más difícil que hace un siglo atrás, puesto que a día de hoy debemos revertir las consecuencias de las acciones antropogénicas de los últimos siglos, cuidar el presente y resguardar toda el agua que podamos, con vistas al futuro.
La sostenibilidad es la única manera de que el planeta siga siendo un buen lugar para vivir.
Y como tener agua limpia resulta imprescindible para conseguirlo es necesario, que haya un compromiso serio y un esfuerzo real orientado a preservar y cuidar el preciado líquido de la vida: el agua dulce.
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