Actualizado: 05/07/2024
Una cascada de color rojo brillante no es algo que esperarías encontrar en el gélido paisaje de la Antártida, pero eso es exactamente lo que emana del pie del glaciar Taylor. Un equipo de científicos asegura haber desvelado el enigma que durante mucho tiempo ha rodeado las aguas carmesí de los denominados «Ríos de Sangre» de la Antártida.
Este espectáculo extraño y aparentemente macabro fue descubierto por primera vez en 1911 por el geólogo Thomas Griffith Taylor, quien lo atribuyó a las algas rojas. Solo medio siglo después se identificó que el color carmesí era causado por sales de hierro. De manera intrigante, el agua comienza siendo clara, pero se torna roja poco después de emerger del hielo, a medida que el hierro se oxida al exponerse al aire por primera vez en milenios.
Una nueva investigación ha examinado muestras de esta agua y ha descubierto que el hierro aparece en una forma inesperada. No es técnicamente un mineral: en cambio, adopta la forma de nanosferas, 100 veces más pequeñas que los glóbulos rojos humanos.
En cuanto observé las imágenes del microscopio, noté que había estas pequeñas nanosferas ricas en hierro, y contienen muchos otros elementos además del hierro: silicio, calcio, aluminio, sodio, y todos ellos varían. Para ser un mineral, los átomos deben estar dispuestos en una estructura muy específica y cristalina. Estas nanosferas no son cristalinas, por lo que los métodos previamente utilizados para examinar los sólidos no las detectaron.
Ken Livi, autor del estudio.
Este hallazgo tiene implicaciones más allá de la Antártida e incluso más allá de la Tierra. Hace solo unos años, los científicos lograron rastrear el agua hasta su origen: un lago subglacial extremadamente salado y sometido a alta presión, sin luz ni oxígeno, y con un ecosistema microbiano que ha permanecido aislado durante millones de años. La vida podría existir en otros planetas bajo condiciones similares, pero es posible que no estemos enviando el tipo correcto de equipos para detectarla.
Nuestro trabajo ha revelado que el análisis realizado por vehículos exploradores es insuficiente para determinar la verdadera naturaleza de los materiales ambientales en la superficie de los planetas. Esto es especialmente cierto para planetas más fríos como Marte, donde los materiales formados pueden ser de tamaño nanométrico y no cristalinos. En consecuencia, nuestros métodos para identificar estos materiales son inadecuados. Para comprender verdaderamente la naturaleza de las superficies de los planetas rocosos, sería necesario un microscopio electrónico de transmisión, pero actualmente no es factible colocar uno en Marte.
Ken Livi
Vía jhu.edu
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