Originalmente construido en la década de 1970 como parte de los Proyectos Nucleares 3 y 5 de Washington (WNP-3 y WNP-5), el sitio fue abandonado antes de que entrara en funcionamiento.
- Planta nuclear nunca usada → ahora laboratorio acústico de primer nivel.
- Paredes de 1,5 m de hormigón → aislamiento de sonido y temperatura gratis.
- Prueban todo: desde auriculares hasta cabinas secretas del gobierno.
- Sin ruido exterior, sin cambios de clima: condiciones ideales.
- Cero derroche: reutilización extrema de una infraestructura olvidada.
Parece el comienzo de una película postapocalíptica: una torre de refrigeración gigante sobresaliendo entre los árboles, el cielo nublado, y un cartel que te avisa que entras bajo tu propio riesgo. Pero no es ciencia ficción. Es Satsop, en el estado de Washington (EE. UU.), y lo que una vez iba a ser una central nuclear hoy sirve para medir, con precisión milimétrica, cuánto ruido hace una lavadora.
De central fallida a fortaleza del silencio
En los años 70, el proyecto nuclear WNP-3 y WNP-5 prometía energía sin fin. Pero entre errores de planificación y el accidente de Three Mile Island, el entusiasmo se apagó rápido. Para 1982, con WNP-3 casi terminado, se canceló todo.
Décadas más tarde, Ron Sauro, un ex científico de la NASA, buscaba una montaña donde construir su laboratorio de acústica. No la encontró. Así que decidió crear una dentro de una planta nuclear abandonada. Literalmente.
El silencio no es gratis, pero aquí vino incluido
Las paredes de 1,5 metros de hormigón armado no fueron pensadas para evitar el ruido… pero funcionan mejor que cualquier aislamiento moderno. La temperatura dentro del edificio se mantiene estable todo el año, alrededor de 12 °C, sin necesidad de sistemas de climatización. Eso, en acústica, es oro puro: sin ruido externo, sin fluctuaciones térmicas que alteren los resultados.
Lo que aquí se prueba va desde lo mundano hasta lo secreto
En este laboratorio se miden desde auriculares con cancelación de ruido para cazadores, hasta paredes de salas SCIF, esas cabinas que usan los gobiernos para hablar de temas ultra confidenciales. Se colocan entre dos cámaras de reverberación, se genera sonido de un lado y se mide cuánto atraviesa. Así de simple. Así de complejo.
Ron y su esposa Bonnie construyeron el laboratorio en 2010. Les dijeron que estaban locos. Hoy, empresas de todo tipo (de fabricantes de electrodomésticos a gobiernos) les envían sus productos para pruebas de sonido. Y todo eso gracias a un edificio que estaba destinado a generar energía nuclear, pero terminó generando conocimiento.
Nada de bata blanca: esto es ciencia con martillo y sudor
Sauro no se presenta como el típico científico de película. Va en camiseta y sudadera, y sabe usar desde una grúa hasta una sierra industrial. Ha aprendido a ser carpintero, fontanero, soldador y mecánico, porque montar un laboratorio acústico dentro de una planta nuclear no es precisamente un trabajo de oficina.
Cuando tuvo que unir dos salas de pruebas separadas por un muro, contrató a una empresa para hacer un agujero. Le dijeron que costaría unos 1.500 dólares y tres horas. Les llevó una semana, se gastaron 15.000 y rompieron varias sierras. Pero lo logró.
Tecnología reutilizada, sin gastar más de lo necesario
El lugar no es perfecto. El techo del edificio de turbinas —donde prueba altavoces en un sistema que parece sacado de una novela de Lovecraft— gotea cuando llueve. A nadie le gusta eso, pero Ron se adapta: pone los micrófonos fuera del alcance del agua y sigue adelante. Como él mismo dice: “La montaña no se adapta a ti, tú te adaptas a la montaña”.
Lo que Ron y Bonnie han hecho no es solo ciencia: es sostenibilidad real. Reutilizar una infraestructura gigantesca que de otra forma habría quedado como un esqueleto industrial es una decisión radicalmente ecológica. En lugar de construir un laboratorio nuevo desde cero (con la huella de carbono y consumo de recursos que eso implica), aprovecharon lo que ya existía y le dieron un propósito nuevo.
No se trata solo de reciclar papel o separar la basura. Aquí estamos hablando de reciclar una planta nuclear entera.
Además, el laboratorio ayuda a diseñar productos que hacen menos ruido, y eso tiene impacto directo en la salud auditiva de miles de personas. También permite mejorar la eficiencia acústica de edificios, reduciendo la necesidad de sobreconstrucción, lo cual implica menos materiales, menos energía y menos desperdicio.
Más información: www.nwaalabs.com
Juan Francisco Cornejo R dice
una grandiosa actitud y perseverancia hace admirables los resultados de la familia SAURO.
quisiera ser un aprendiz de este campo y aportar del mío para generar algunas agradables novedades.