Recientes investigaciones nos sugieren que la exposición prolongada y repetida al silencio, puede resultar beneficiosa para la salud.
En los últimos años, los investigadores han puesto de relieve el peculiar poder del silencio para calmarnos, aumentar el volumen de nuestros pensamientos internos y sintonizar nuestra conexión con el mundo. Para demostrar que el silencio es bueno, deberemos demostrar que el ruido no es bueno.
Mucho se ha escrito sobre la «contaminación acústica», expresión adoptada en 1960, cuando los científicos descubrieron que la exposición diaria al ruido intenso de carreteras y aeropuertos estaba relacionada con algunos problemas de salud: enfermedades del corazón, problemas de sueño, presión arterial alta y menos sorprendente, pérdida de la audición. El ruido puede ser tan intenso que puede incluso provocar daños de forma inmediata, lo suficiente fuerte para causar ruptura del tímpano.
Si la exposición excesiva a ruidos es mala para nosotros, la ausencia de ruido significa la ausencia de daños físicos causados por la contaminación acústica. El silencio es neutral. Según un artículo de Daniel Gross publicado en Nautilus, varios estudios recientes sugieren que la exposición prolongada y repetida al silencio puede dar como resultado la mejora de la salud, así como la exposición prolongada al ruido puede deteriorarla.
Los estudios de fisiología humana nos lo explica: El sonido entra al oído por el canal auditivo externo y hace que la membrana del tímpano vibre. Las vibraciones transmiten el sonido en forma de energía mecánica, mediante la acción de palanca de los huesecillos hacia la ventana oval. Después, esta energía mecánica es trasmitida por los líquidos del oído interno a la cóclea, donde se convierte en energía eléctrica que viaja por el nervio vestíbulo-coclear hacia el sistema nervioso central, donde es analizado e interpretado como sonido en su forma final. El cuerpo reacciona inmediatamente, incluso en medio de un sueño profundo. Investigaciones neurofisiológicas sugieren que los ruidos primero activan la amígdala cerebelosa, localizada en los lóbulos temporales del cerebro, asociada con la formación de la memoria y emoción. Esta activación libera hormonas del estrés, como el cortisol. Las personas que viven en ambientes ruidosos, a menudo experimentan niveles crónicamente elevados de hormonas del estrés.
En 2011, la Organización Mundial de la salud llegó a la conclusión de que entre los 340 millones de habitantes de Europa Occidental, se habían perdido anualmente 1 millón de años de vida sana debido al ruido. Incluso concluyeron que 3.000 muertes por enfermedades del corazón fueron, en su raíz, el resultado de un ruido excesivo.
Así que la primera conclusión es que el silencio es bueno.
El investigador Luciano Bernardi realizó un estudio en relación a los efectos fisiológicos de la música en 2006. Bernardi quería mostrar el impacto de la música en el cerebro y para su sorpresa, descubrió entre las pistas musicales, en tramos de silencio insertado al azar, que esos tramos de silencio eran mucho más relajantes que la música «relajante». Las pausas que Bernardi consideraba irrelevantes, se convirtieron en el objeto de un estudio más interesante.
Otro investigador, el biólogo regenerativo de la Universidad de Duke, Imke Kirste, estudió en 2013 los efectos de los sonidos en el cerebro de ratas adultas. Como Bernardi, pensó en el silencio como un control que no produciría ningún efecto. Pero para su sorpresa, Kirste encontró que 2 horas de silencio un día, derivó en el desarrollo en el hipocampo, la región del cerebro relacionada con la formación de la memoria. Era intrigante: la ausencia total de entradas estaban teniendo un efecto más pronunciado que cualquier tipo de entrada de prueba.
El crecimiento de nuevas células en el cerebro no siempre tienen beneficios para la salud. Pero, en este caso, Kirste dice que las células parecen convertirse en neuronas funcionales.
Por ejemplo, imagina que estás escuchando una canción en la radio y de repente se apaga. Los neurólogos han descubierto que si te sabes la canción, la corteza auditiva del cerebro se mantiene activa, como si la música siguiera sonando. «Lo que está ‘escuchando’ no se está generando por el mundo exterior,» dice David Kraemer, que llevó a cabo este tipo de experimentos en su laboratorio en Universidad de Dartmouth. «Estás recuperando trozos de memoria». Los sonidos no son siempre responsables de sensaciones, a veces nuestras sensaciones subjetivas son responsables de la ilusión del sonido.
Los científicos piensan que estas conclusiones podrían conducir a tratamientos potenciales para las personas con trastornos asociados con la disminución del crecimiento de células en el hipocampo, como demencia o depresión. Pero hasta el momento, al menos, la neurociencia parece sugerir esto: para el cerebro, el silencio es bueno.
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